Al menos, así parece ser el frio estos días. Eterno de a de veras. Me levanto, y frio. Salgo a la calle, enguantada y engorrada y no hay caso; frio. Me bajo de la micro o salgo de la office y la misma.

Cuando chicas, mis papás nos llevaban a Antillanca a un refugio en la nieve. Ahí mi papá esquiaba mientras nosotras nos tirábamos nieve y paseábamos entre las dunas encima de las gomas del Fiat 600. No recuerdo que hiciera mucho frio, excepto esa vez que me quedé, involuntariamente, obvio, afuera de la cabaña y se levantó una ventolera terrible. En fin, que ahí figuraba yo, las botitas cubiertas hasta la rodilla y jurando que a la otra salía volando entre la nieve. Menos mal que mi mamá me escuchó gritar y me abrió la puerta de la cabaña, sino, juraría que me muero congelada.

Ya no aguanto el frio como antes. Cierta señora me dijo una vez que el frio se acumula en los huesos, y cada vez lo sientes más. Y parés que es cierto, porque, ahora, que se me echó a perder el calefón, puchas que me ha costado bañarme en las mañanas!!!